María Sarmiento

María Sarmiento

En el mágico rincón del Mediterráneo, donde el viento acaricia las palabras y la poesía se mece en cada brisa, te relataré la inusual historia de María Sarmiento, una escritora de lo absurdo, quien un día decidió enfrentar el viento, literalmente.

María, con su pluma siempre dispuesta a trazar líneas que desafiaban las convenciones, se aventuró al baño en una mañana soleada. La brisa marina acariciaba sus pensamientos, y en medio de la inspiración, tuvo un impulso que solo un alma rebelde podría entender. En lugar de conformarse con una acción tan cotidiana como cagar, decidió convertirlo en un acto poético. Así, nacieron tres diminutas pelotas, que llevarían un destino incierto.

Una, hecha para Juan, quizás un homenaje a un amigo o amante, un pedacito de su ser entregado en forma fecal. La segunda, destinada a Pedro, un personaje misterioso que podría ser cualquiera en la vastedad de la existencia. Pero la tercera, esa era el quid de la cuestión: estaba reservada para "el que hable primero". Aquí, María tejía un enigma. Quién sería este ser que se atrevería a dar voz a su creación efímera, un vaticinio en forma de excremento.

La historia de María Sarmiento se propagó como el viento en el mediterráneo. La gente comenzó a debatir sobre su decisión, cuestionando su sabiduría y su intención. ¿Era una metáfora de la transitoriedad de la vida? ¿Un grito de rebeldía contra la represión de la sociedad? Incluso los pájaros, que habían observado la escena desde el cielo, cantaban canciones crípticas sobre las tres bolitas que volaban con la brisa.

Días después, un desconocido se acercó a María y, con voz temblorosa, habló primero. "María, estas tres pelotas, regalos de tu alma, son símbolos de la creatividad, la rebeldía y la búsqueda de la libertad. En ellas veo la esencia misma del arte: algo que nace de lo más profundo de un ser humano y se lanza al mundo, sin importar su forma o su origen".

María Sarmiento sonrió, pues había encontrado a su intérprete inesperado. El viento, a su lado, pareció aplaudir con su caricia silenciosa. Y así, en ese rincón del Mediterráneo donde lo absurdo se convirtió en poesía, María Sarmiento y su obra efímera recordaron a todos que la verdadera expresión artística puede surgir en los lugares más inesperados, incluso en el acto más mundano, y que la belleza se halla en el ojo del espectador. Como el viento, que nunca se queda en un solo lugar, el arte también se disemina, impredecible, desafiando las normas y expandiendo los límites de lo posible.