El peso de la luz

El peso de la luz

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Llanuras del tiempo inmemorial, entre el siglo que se levantó y el otoño figurado, agriaba el aburrimiento como un manto oscuro que cubría el pueblo. Las esperanzas, calcinadas por el sol inclemente, apenas mantenían la sombra de un paraíso olvidado. Los profesores, como religiosos de un credo desvanecido, prestaban su voz razonable para abordar los misterios del universo, pero sus palabras caían en arenas movedizas de ignorancia.

En este rato de desesperación, se despiertan los sueños de quienes aún mantienen la fe en un destino más noble. Entre las últimas brasas de un fuego que parecía extinguirse, florece la voluntad de aquellos que se niegan a ser salvados por el conformismo. Y así, con fuerza renovada, enfrentan el abismo del arrepentimiento y el peso de sus propias decisiones.

El pueblo, como un cuyos mantenido en jaula de expectativas, exige más que simples migajas de alimento. Anhelan el festín de la libertad, donde cada uno pueda pasearse por las sendas de su propia niñez, sin la opresión del deber o la mirada juzgadora de un esposo moral.

Entre artesonados de sueños rotos y divinas ofrendas de lágrimas, se alza la voz de aquellos que se niegan a ser simples espectadores de su propio destino. Y así, entre susurros de esperanza y suspiros de desdén, se teje el tapiz de un mañana incierto, donde cada alma decide su propio camino.


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