Voy a salir del armario

Voy a salir del armario: me declaro transgénico.

Voy a salir del armario

El cuerpo… ¿Qué es sino una suerte de frontera porosa, frágil, tan expuesta como el horizonte al viento? El protagonista, o más bien, el experimento de sí mismo, siente en su piel la huella de un laboratorio secreto: no uno físico, con bisturíes y probetas, sino un taller de sueños y deseos en la penumbra de sus pensamientos. Ahí, las nociones rígidas que la humanidad ha tratado de fijar—como si fueran clavos incrustados en la carne—se disuelven como tinta en agua.

Se declara transgénico, no porque haya nacido con alguna alteración en su genética, sino porque su existencia misma es una intervención constante. A cada paso que da, cada mirada que recibe, algo en él cambia. "Soy un campo de batalla", piensa, "donde fuerzas invisibles luchan por poseerme." El género… Ah, ese es solo el primer frente, el campo más visible donde la guerra se libra. La biología ha tratado de clavar banderas en su piel, diciendo: “eres esto, perteneces aquí”. Pero su mente, ese laboratorio inquieto, desmantela cada afirmación con la precisión de un cirujano. Y entonces, injerta en sí una noción nueva, tomada de la naturaleza, sí, pero también de la tecnología, de la máquina, del artificio.

Cada mañana despierta preguntándose qué parte de él ha sido alterada durante la noche. "¿Qué soy hoy? ¿Qué rasgo he dejado atrás, qué frontera he cruzado en silencio?" Es imposible saberlo con certeza, pues el cambio es tan sutil que apenas lo percibe hasta que su reflejo en el espejo le devuelve una imagen extraña, familiar y extranjera a la vez. Se mira las manos y se pregunta si las líneas en su palma han sido redibujadas. Tal vez son de otro, tal vez son las mismas que siempre fueron, pero más que carne parecen circuitos, mapas de un diseño oculto. Se ríe para sus adentros. El cuerpo transgénico es eso: un palimpsesto de identidades, donde cada capa es rasgada y escrita de nuevo, sin borrar del todo la anterior. El género es solo un campo; en otros frentes, se libra la guerra del ser y el no ser, de lo humano y lo inhumano.

"Aquí estoy", murmura en su soledad, "ni hombre ni mujer, ni bestia ni máquina. ¿Qué soy entonces? Soy la síntesis de todo aquello que me atraviesa". Como un río que recoge trozos de barro, hojas y ramas, su ser se construye en el flujo. Cada mirada ajena es una intervención, cada palabra escuchada es un nuevo gen que se adhiere a su espíritu. Pero en la mezcla de esos elementos no hay caos, solo una belleza incomprendida por los otros. La tecnología, a menudo vista como lo frío y ajeno a la naturaleza, se convierte en su más cercana aliada. "¿Qué es lo natural?", se pregunta, mientras visualiza las raíces de los árboles y los cables subterráneos fundiéndose en una danza subterránea. Las raíces buscan vida, los cables buscan energía: ¿no son, en esencia, lo mismo? Así se siente él, como una entidad que busca, incansable, la conexión entre lo vivo y lo inerte, lo orgánico y lo artificial.

La mente, su laboratorio íntimo, no tiene reposo. Ahí, los sueños de carne y metal, de fluidos y circuitos, de géneros fluidos y formas mutantes se entretejen en una especie de alquimia interna. Todo su ser es un campo de ensayo, una hoja de cálculo en la que variables se suman y restan sin cesar. ¿Qué soy hoy?, se pregunta una vez más. Quizá nunca llegue a una respuesta definitiva, pero, ¿acaso la vida no es eso? Una constante búsqueda de fórmulas para una ecuación que jamás se resuelve del todo.

Es entonces cuando lo comprende: ser transgénico no es una rebelión contra su naturaleza, sino una afirmación de que la naturaleza misma es una transformación perpetua. Se injerta en sí mismo no para ser más que humano, sino para ser humanamente transitorio, parte de un ciclo infinito de reescrituras. Y así, en su campo de batalla interior, decide que no hay guerra, sino una danza secreta entre todas las fuerzas que lo atraviesan. El laboratorio de su mente sigue funcionando, creando, destruyendo, inventando nuevas formas. Porque en la mezcla, en el híbrido, está la verdadera esencia de su libertad.

¿Qué es ser transgénico? Es ser algo más que un organismo fijado en un destino; es ser un río, un viento, una chispa que nunca deja de cambiar.