Aproximación desde diferentes corrientes de la teoría política

¿Qué priorizar? Los fines y los medios (Ecologismo)

El Ecologismo como teoría política encuentra entre una de sus dudas centrales la cuestión de cuáles son los medios legítimos para alcanzar el fin deseado. Más concretamente, esta duda sobre la estrategia política a seguir, se materializa en el dilema de hasta qué punto se pueden recortar derechos y libertades del presente en pos de un horizonte futuro ecológico. El sujeto político es temporal, enfrenta a los sujetos del presente con los del futuro en una batalla en la que se requiere que uno pierda una parte para poder garantizársela al otro.

Salvando las distancias del problema, el mismo dilema aparece cuando hablamos de prostitución y trabajo sexual. Desde el feminismo, se plantean dos fines diferentes y mutuamente enfrentados; la abolición del trabajo sexual o la regulación de éste. Considero que, a pesar de la discrepancia e incompatibilidad entre estas dos posiciones, los medios a seguir pueden y deben compartirse. Se quiera o no que una mujer pueda ejercer de prostituta, el punto de partida nunca puede ser negar la existencia de prostitutas en el presente y negar que estén trabajando, aunque su trabajo nos resulte moralmente incorrecto. De nuevo se plantea la pregunta de hasta qué punto se pueden negar derechos en el presente en pos de un horizonte político. Hasta qué punto la estrategia abolicionista irrumpe con derechos y libertades, niega realidades, voces e identidades por el carácter inmoral e intolerable que percibe en ellas y la pretensión de que desaparezcan.
El concepto de “Fanatismo” de Richard Hare se aplica bastante bien a lo que yo creo que es el desacierto de la estrategia abolicionista “el fanatismo es la afirmación de los propios principios morales dejando que estos prevalezcan sobre los intereses reales de las personas de carne y hueso, indiferentes al daño que sus creencias morales ocasionan”.


Conceptos de Libertad en torno al Trabajo Sexual (Republicanismo)

Garantizar derechos básicos a las prostitutas es libertad positiva. Las prostitutas no amparadas por el Estado y negadas de su condición de trabajadoras viven bajo la constante inseguridad de que sus vidas se vean afectadas por las actuaciones arbitrarias de terceros. ¿Qué es lo verdaderamente duro del trabajo de prostituta? Acostarte con hombres a cambio de dinero o el estigma y el rechazo social, el miedo constante del que Petit hablaba cuando exponía el concepto de libertad como no-dominación “El agravio que tengo en mente es el de tener que vivir a merced de otros, el de tener que vivir de manera tal, que nos volvamos vulnerables a algún mal que otro esté en posición de infligirnos arbitrariamente” de la incertidumbre de poder ser en cualquier momento agredida, robada, secuestrada, violada, o asesinada, al margen de que luego esto ocurra o no, estar excluida del acceso a derechos básicos como la vivienda, lo que ocurre con los contratos de alquiler, a los que las prostitutas sólo pueden acceder acreditando tener un contrato laboral, y la única vía para vivir en un piso es que lo contrate otra persona que puede hacerlo por ellas siendo esto penalizado legalmente como proxenetismo, aún tratándose de un favor de una amiga.

La regulación de la prostitución tiende a asociarse en el imaginario colectivo al modelo liberal de libertad negativa, en el que se prioriza la libertad de elección de la mujer. Es fácil ver que el planteamiento tiene doble cara si se tiene en cuenta que hay un reparto desigual de oportunidades en la sociedad, concluyendo que no es una decisión libre sino mediada por las condiciones materiales y la situación de necesidad. La regulación por la que abogo en este trabajo no es una regulación que deje el trabajo sexual en manos del libre mercado, sino una regulación en favor de los derechos laborales y civiles de las prostitutas, como sujetos políticos activos. No se trata de que cada cual haga lo que le de la gana, se trata de una cuestión colectiva, de garantizar derechos básicos y conseguir la igualdad. Precisamente, uno de los reclamos de las prostitutas españolas en contexto de pandemia ha sido poder recibir ellas también el Ingreso Mínimo Vital.


El falso reconocimiento de la puta: la mujer “prostituida” y el significante “puta” como constructor de identidad (Multiculturalismo)

Siguiendo la explicación de Charles Taylor según la cual el conocimiento y las identidades se construyen dialógicamente, es decir en diálogo con el otro, es interesante estudiar como la construcción de la identidad de la mujer es indesligable, además de la construcción de la masculinidad, también de la identidad de puta. La puta establece los límites entre lo funcional y lo desviado de la mujer. Lo que tiene cabida en una buena mujer y lo que transgrede y debe ser penalizado. La puta tiene potencia prescriptiva, porque prescribe las normas del comportamiento femenino. El feminismo ha tenido una larga trayectoria en la deconstrucción de los roles e identidades, así como en la liberación sexual de la mujer y la despenalización de estas actitudes sexuales que en el hombre se construyen inversamente, siendo premiadas. Así como la liberación sexual ha sido central, más lo ha sido la tarea de poner fin a la hipersexualización del cuerpo de la mujer.
El movimiento entra en contradicciones cuando se trata de Afirmar o Negar la sexualización de la mujer. Más adelante analizaré como se construye la sexualidad femenina y como el feminismo no escapa del propio paradigma patriarcal procurando la negación o el fin de este trato diferenciado. Así como las implicaciones que tiene esto sobre la forma de concebir el trabajo sexual y la prostituta. ¿Una mujer se puede adueñar de su propia sexualización o siempre es víctima del sistema patriarcal y capitalista?
Quiero hacer hincapié en el trato imparcial que los medios hacen de la prostitución, y las implicaciones que tienen sobre el imaginario colectivo y el daño colateral que esto ejerce sobre las trabajadoras sexuales. El feminismo ha permitido que veamos que en muchos ámbitos de la vida la mujer se construye siempre con respecto a otro. Es, en tanto que es vista, deseada, pensada por el otro. Es el objeto que existe en tanto que hay un sujeto (en este caso el hombre) que la percibe. Esta pasividad inherente en la construcción de la feminidad no termina de escapar del imaginario feminista, cuando la mujer siempre es contemplada con potencialidad de víctima, víctima del hombre, víctima de los mecanismos capitalistas y patriarcales. Quiero demostrar cómo la victimización de la puta contribuye con la estigmatización, criminalización y negación de sus voces. La prostituta siempre es víctima, y nunca termina de divorciarse de la trata de blancas, difuminando la línea del consentimiento y la voluntad, por lo que no hay cabida ni voz para las mujeres que han entrado a la prostitución sin la coacción de un tercero. Aún no siendo esta última la causa de su victimización, esta se va a conseguir justificar a través del argumento material, que contempla a la puta como la mujer que se ve obligada por su situación de vulnerabilidad a vender su cuerpo, denigrándose a sí misma y haciendo cosas que en condiciones normales no estará dispuesta a hacer. La mujer no es prostituta, es prostituida, o está en situación de prostitución, de la que debe ser salvada puesto que ella no tiene capacidad propia ni conciencia de ello, víctima del sistema, alienada. Su consentimiento se ha desvanecido desde que sirve al deseo del hombre. El discurso feminista en su curso hacia la abolición no puede deslegitimar la autoridad y la voz de las propias protagonistas del relato, porque cae en su propia trampa, en el paradigma patriarcal que asigna a la mujer pasividad, ser a través del otro, ser objeto de el sujeto, que ejerce (ya sea el mal o el bien). Hablar de mujeres “en situación de” o “prostituidas” equivale a negar la voz de éstas desde el propio feminismo y esto sería cometer el mismo error que el de un feminismo abanderado por hombres o una lucha racial encabezada por blancos. De la misma manera que no reconocer los derechos de las putas en pro de un horizonte sin prostitución es tan absurdo como no reconocer derechos a los trabajadores en el caso de que se pretendiese, como fin de la lucha anticapitalista, abolir el trabajo. Desde tanto el multiculturalismo, las políticas de la diferencia y el reconocimiento, y el debate de reconocimiento y redistribución son fundamentales preguntas cómo ¿desde dónde se habla de prostitución? ¿Qué voces están siendo escuchadas y cuáles negadas? ¿Atraviesan los mismos ejes de opresión a la prostituta que a la mujer que debate y regula la prostitución? ¿Cuál es el perfil de la prostituta? ¿El concepto de mujer creado por el feminismo hegemónico acoge a todas las mujeres?


El contenido moral del “Trabajo - Sexual”

Cuando se habla de prostitución o de trabajo sexual, se hace de éste un asunto concreto que conforma una parte de la realidad social, separable del resto de la vida. Como ya he desarrollado antes, la construcción de la puta no es una construcción aislada, sino que forma parte de todo un universo simbólico sin el cual no se entiende la identidad femenina. Y no sólo es inseparable del imaginario de género, sino que también atraviesa las lógicas y moralidades del trabajo.
Pretendo seguir la línea de pensamiento de Alasdair Maclntyre, para demostrar que el trabajo sexual está dentro de todos, se presenta ante nosotros como una realidad parcelada, como “el tema de la prostitución”, sin embargo, es precisamente su carácter polémico el que revela que es un objeto indesligable de la moral colectiva, así como de nuestra concepción de lo que es el trabajo y de lo que es el sexo. “la modernidad fragmenta cada vida humana en multiplicidad de segmentos, cada uno de ellos sometido a sus propias normas y modos de conducta. Así, el trabajo se separa del ocio, la vida privada de la pública, lo corporativo de lo personal. Así, la infancia y la ancianidad han sido separadas del resto de la vida humana y convertidas en dominios distintos. Y con todas esas separaciones se ha conseguido que lo distintivo de cada una, y no la unidad de la vida del individuo que por ellas pasa, sea lo que se nos ha enseñado a pensar y sentir”
Maclntyre hace una crítica al conocimiento parcelado, a la pretensión imposible de pasar por neutral y objetivo aquello que esconde una idea de la vida buena, puesto que toda acción o pensamiento tiene un carácter situado. Es el “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega. Partiendo de esto, pretendo hacer un humilde análisis global del trabajo y del sexo tal y cómo lo concebimos, pues no sólo se trata de prostitución, sino de las lógicas compartidas que lo atraviesan.

La moral del trabajo

El trabajo dignifica, no sólo eso, sino que en un contexto neoliberal tú lugar dentro de la lógica del trabajo mide lo que vales. ¿Cuál es esta la lógica del trabajo? Un orden jerárquico que otorga más o menos valor a cada tipo de trabajo: mientras que el trabajo intelectual se vincula a lo profundo, a lo bueno, a lo altivo y digno, el trabajo manual o el trabajo a través del propio cuerpo representa lo superficial, esclavo, lo menos deseable, y menos digno. Por lo tanto, la actividad que desempeñamos no sólo es lo que nos permite subsistir, sino que es un medio de reparto de posiciones, de estatus, de ordenación en una escala jerárquica de posiciones, es un asignador de identidad y de valía individual, y sigue un esquema concreto que no es neutral ni universal, sino contingente, fruto de luchas históricas y transformaciones materiales. El éxito y el valor de una persona se mide a través de sus conquistas en la acumulación de capitales. Bourdieu habla de los 4 capitales, el económico o material, el social, el cultural y el simbólico, al que Catherine Hakim añade un quinto, el capital erótico, que desarrollaré más adelante. El trabajo pertenece a la esfera pública, se entiende en una relación recíproca entre el individuo y la comunidad, de manera que aquellos trabajos que se considera que no aportan a la colectividad son menos legítimos o peor valorados.

La moral del sexo

En la teoría el sexo siempre ha pertenecido a la esfera privada, (digo en la teoría para explicitar el absurdo de esta afirmación, pues el sexo de la vida privada es sexo en tanto que la vida pública le da forma y nombre) lo que ya de primeras conduce a la incompatibilidad de su relación con el trabajo, que claramente pertenece a la esfera pública (lo que da lugar también a la invisibilización del trabajo que se ejerce en la esfera privada, como el trabajo doméstico). A pesar del creciente proceso histórico de secularización y ampliación de la libertad sexual, que está resultando en un proceso de desvinculación de lo amoroso, lo afectivo, lo íntimo y personal de lo sexual, pervive en las conciencias un límite que no se termina de querer cruzar. El debate acerca de si el deseo y la voluntad son separables es una discusión histórica que está presente incluso en el pensamiento filosófico de San Agustín de Hipona; ¿Todo acto sexual carente de deseo es una violación? ¿Se puede moldear el deseo a nuestra merced? Es decir, ¿Puedo decidir sobre lo que deseo? ¿se puede consentir sin desear? La nueva Ley de Libertad Sexual de Irene Montero también ha dado lugar a debate en virtud de estas mismas preguntas. La difuminación de la línea entre el deseo y el consentimiento que se está dando desde sectores del propio discurso feminista, según el cual, un acto sexual sin deseo sexual equivale a una violación es la que resulta en fuertes daños colaterales sobre la imagen devaluada de las prostitutas, en el estigma y la deslegitimación de sus voces y la desaparición de su consentimiento.
El trabajo sexual cuenta con un doble estigma porque en él se entrecruzan dos anomalías de las normas morales: el rol sexual invertido de la mujer, o la mujer haciendo uso de su capital erótico, y la mercantilización de un ámbito de la vida que aparentemente pertenece a la esfera privada.

¿Afirmación o Negación? (Feminismo)

La cuestión de si la pornografía, la prostitución o cualquier otra forma de trabajo sexual sigue los esquemas patriarcales ya no es un tema a debate en el feminismo. Lo que divide es el qué hacer con ello, y se encuentran dos posiciones enfrentadas dentro del feminismo: la que asume que es inherentemente patriarcal, y por ello debe desaparecer y la que lo contempla como un espacio más que conquistar desde el feminismo porque, a pesar de su constitución desigual, nunca va a dejar de formar parte de la realidad social. Esto nos remite a una duda central de cualquier lucha social: ¿qué hacer con las identidades ya construidas?; ¿cómo lidiar con lo ya construido patriarcalmente? Si la razón de ser de toda lucha social, sea de carácter material o simbólico, es acabar con la desigualad, es decir, con aquello que nos hace diferentes, afirmar las identidades ya construidas se presenta como un obstáculo o un entorpecimiento para que éstas desaparezcan. Desde el planteamiento de Nancy Fraser pretendo extraer la estrategia política más efectiva para que las diferencias culturales puedan convivir con la igualdad social. Me parecería un error que la lucha feminista abandonase o marginase la realidad sexual en el trabajo por ser capitalista y patriarcal, no sólo por las consecuencias que tendría sobre compañeras de la lucha feminista al dejarlas excluidas, sino también por ser un ámbito de la vida que también nos pertenece y del que debemos esforzarnos por reapropiar. Una propuesta que considero “transformadora” en los términos de Fraser sería desligar los medios de subsistencia del trabajo, a través de una renta básica universal. Este cambio en las reglas del juego, permite también un cambio en los actores que forman parte de él, el trabajo sexual dejaría de ser una actividad mayoritariamente marginal, y dejaría de estar protagonizado por las personas más atravesadas por los ejes de opresión; mujeres pobres, negras, migrantes y transexuales, al quedar aseguradas unas garantías mínimas de vida, no hay cabida al abuso de poder, la explotación y la precariedad laboral en los trabajos. Esto permitiría moldear y ampliar las formas existentes de trabajo sexual, transformándolas en más justas y feministas.
Pero mientras tanto, garanticemos los derechos básicos de las trabajadoras sexuales, descriminalicemos su ocupación, incluyámoslas en la lucha contra el capitalismo y el patriarcado para poder aumentar sus voces y no contribuyamos a un discurso que en vez de empoderarlas, las contempla únicamente cómo víctimas y anula su voluntad, su consentimiento y sus demandas.


Estrategia populista: hacia la construcción de un nuevo discurso.
Revertir los significados, redefinir el problema y reenfocar al enemigo.

En este apartado pretendo utilizar la teoría de la Hegemonía de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para tratar de articular un nuevo discurso, incompatible con el hegemónico, o en términos de Laclau, antagonista, en base a una serie de demandas sociales latentes en el presente, que considero revelan contradicciones del propio discurso que pretendo identificar y desarticular. Para ello, parto del análisis previo acerca de la moralidad y las lógicas que subyacen al sexo y al trabajo, así como a la medición del valor de las personas en su conquista de los diferentes capitales o esferas de la vida. El trabajo sexual no es más que uno de los eslabones de la cadena de equivalencias, sin embargo, creo que su carácter transversal en la moralidad colectiva es clave para tirar de un hilo que permita deshacer todo el tejido de significados, poniendo en evidencia las incoherencias del sentido sedimentado.

La idea del trabajo como fuente de dignidad personal cada vez está más en tela de juicio en las nuevas generaciones, cuando la presencia de la precariedad y la explotación laboral son centrales en los modelos de trabajo moderno y la idea de la meritocracia se comienza a desmentir y a verse la enorme carga de responsabilidad, preocupación y decepción individual que genera. Recientemente, y me atrevo a decir también en virtud de esta precariedad, el trabajo sexual ha sido motivo de fuerte confrontación en el feminismo, se habla del auge del Onlyfans durante el confinamiento, los “Sugardaddys”, los sumisos financieros y todo tipo de aberraciones a ojos del feminismo hegemónico, al mismo tiempo que lleva ocurriendo desde hace años algo muy interesante en la cultura popular, que no tiene poco que ver con esto. Recuerdo cuando el rechazo hacia el reggaetón era la señal de identidad de ser feminista, por ser un género musical sexista y degradante, y cómo con el paso de los años el feminismo acogió y convirtió en tendencia bailar reggaetón, esto pasó a ser lo verdaderamente transgresor. Las mismas feministas que pegan un grito al cielo con el auge del trabajo sexual, consumen una cultura popular plagada de imágenes de mujeres semidesnudas y empoderadas, reivindicando ser putas, zorras y todo apelativo descalificativo de la mujer con una sexualidad exacerbada, fuera de la normativa, que comienza a asumir connotaciones positivas. Creo que estos hechos y contradicciones sociales tienen mucha potencia articulatoria, y, salvando las distancias de lo que es ocio, con peso simbólico, de lo que es trabajo, que tiene implicaciones materiales, creo que hay una posibilidad de canalizar estas demandas sociales, en una única, evitando que el conflicto se quede entre los y las que compartimos opresiones y enemigo. Catherine Hakim explica en El Capital Erótico que hay un déficit sexual masculino por el cual hay más demanda sexual por parte de los hombres que por parte de las mujeres, lo que convierte la sexualidad femenina en un bien con valor añadido, más preciado en el mercado. Al margen de que comparta o no la visión de Hakim, es cierto que el auge de Onlyfans se puede explicar además de por la precarización y el desempleo, por el hecho de que subir un par de fotos a la plataforma puede proporcionar muchos más ingresos que currar 12 horas seguidas en un Macdonalds.

En base a todo lo desarrollado, mi propuesta consiste en articular lo siguiente: esta nueva tendencia del trabajo sexual nace de la precariedad laboral, la desesperación de los jóvenes con el futuro, el derrumbamiento de las promesas meritocráticas y el “currar para vivir o vivir para currar”, por lo que propongo:

En primer lugar, que el punto de mira no se ponga sobre las mujeres que cogen las taras del sistema y las usan a su favor sino sobre el problema del trabajo.

En segundo lugar, utilizar el impulso del éxito de la cultura popular que ensalza el cuerpo y la sexualidad femenina para anexionar al feminismo en la idea de que el mundo sexual no tiene por qué ser inherentemente patriarcal, no abandonemos esa conquista, porque va en nuestra contra.

Y por último, la necesidad de separar el trabajo de los medios de subsistencia y del valor de la vida. Identificar el enemigo común que es el trabajo (como único medio de autorrealización personal, como esclavitud para subsistir y como modelo de diferenciación y asignación de identidad, valía y estatus) no el uso que se hace de él para vivir.

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