TAROT

El Tarot como narrativa

TAROT

La fuerza del Tarot reside no tanto en su capacidad de explicar y predecir, cuanto en su capacidad para crear combinaciones de historias y universos. En ese sentido es más parecido a un complejo mecano infantil, un juguete para construir mundos, objetos e interpretaciones que un sistema de explicación universal -como muchos de sus estudiosos han pretendido. Que, a veces, la realidad se parezca al Tarot no es una refutación de lo dicho sino, muy al contrario, la confirmación de que la realidad también es una combinación aleatoria de elementos como lo es el propio Tarot. Personalmente prefiero, al igual que Italo Calvino, utilizarlo como juego para la creación literaria que como instrumento profético o interpretativo. Véase, como ejemplo de su potencia creativa, su mapa de conceptos, que permitió a Temístocles de Alejandría llenar cientos de papiros enrollados, por desgracia hoy perdidos, y que yo, el judío errante, leí con avidez de adolescente mientras permanecí como discípulo suyo.

En la penumbra de mi estudio, el Tarot se despliega ante mí como un tapiz antiguo, sus cartas brillando con una luz propia, atrapada en sus bordes dorados y en sus ilustraciones enigmáticas. No es una herramienta para desentrañar el futuro, sino un portal hacia mundos insospechados, un caleidoscopio de narrativas posibles. Cada carta es una llave, cada combinación, una puerta abierta a nuevas historias.

Recuerdo la pasión con la que Temístocles de Alejandría se adentraba en ese universo simbólico. Su mente, aguda como la hoja de un puñal, transformaba cada arcano en un concepto, cada tirada en un mapa que guiaba su pluma sobre el papiro. Así lo observaba yo, un adolescente curioso, en la penumbra de su estudio, bebiendo del manantial de su conocimiento. ¡Cuántas tardes pasé allí, en su compañía, perdido entre las páginas enrolladas de su sabiduría, desentrañando los misterios que los antiguos habían ocultado bajo capas de simbolismo!

El Tarot, con sus figuras arquetípicas, se convierte en un lenguaje, una gramática del alma que nos permite explorar las profundidades de nuestra psique. La Torre, el Loco, la Estrella, todos ellos se entrelazan en una danza cósmica, sus movimientos creando patrones que reflejan nuestras propias luchas y esperanzas. La vida, en su esencia, es como una tirada de cartas: impredecible, caótica, a veces cruel, pero siempre fascinante.

Así como Italo Calvino encontró en el Tarot un juego literario, yo también lo veo como un lienzo en blanco, una invitación a crear. Las cartas no dictan el futuro, pero nos susurran al oído, nos incitan a soñar, a imaginar posibilidades. Cada lectura es un relato en potencia, cada carta, un personaje esperando a ser desarrollado. En el laberinto de significados que el Tarot nos ofrece, hallamos no respuestas, sino preguntas más profundas, hilos que al tirar de ellos revelan nuevos tapices, nuevas historias entrelazadas.

La realidad, como bien dijiste, es también una combinación aleatoria de elementos, un mosaico cuyas piezas se reordenan con cada decisión, cada giro del destino. En ese sentido, el Tarot no es un espejo del futuro, sino un reflejo de nuestra propia capacidad de crear y reinterpretar la vida. Y así, mientras contemplo las cartas extendidas ante mí, me veo a mí mismo no como un profeta, sino como un narrador, tejiendo mundos con cada tirada, escribiendo la historia del errante judío que alguna vez fui, y del soñador que siempre seré.