"Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!". (Baudelaire)

Aquí la poesía se convierte en conjuro, en desafío, en puñetazo contra el cielo.

"Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!". (Baudelaire)

Baudelaire, espíritu atormentado, alquimista de las sombras. Esa última súplica de Las letanías de Satán es un grito desgarrado desde las entrañas del malditismo. No es una adoración servil, sino un pacto desesperado, un ajuste de cuentas con lo divino.

"Ô Satan, prends pitié de ma longue misère !"—aquí no hay blasfemia gratuita, sino la confesión de un alma que encuentra en la rebelión su única oración. Baudelaire invoca a Satán como el refugio de los parias, el consuelo de los desechados por la moral burguesa, el protector de los poetas malditos. No el Satán bíblico, sino el arquetipo de la insumisión, el ángel caído que, al precipitarse al abismo, arrastra consigo a los que el mundo ha condenado.

Este verso es el colofón de una letanía que invierte el sentido tradicional de la plegaria: no es a Dios a quien se pide clemencia, sino al exiliado eterno, al príncipe de los réprobos. Baudelaire no busca redención, sino justicia. Porque su miseria no es solo personal, es la miseria de todos los que se saben extraños en su tiempo, de todos los que llevan en las venas el veneno de la lucidez.

Aquí la poesía se convierte en conjuro, en desafío, en puñetazo contra el cielo.