Moscas

Hay moscas que agotarían al mismísimo ejército de salvación en pleno

Moscas

Las moscas, esas diminutas criaturas zumbantes, tan insignificantes en apariencia, pero tan obstinadas en su misión, parecen orquestar un asedio implacable, como si fueran soldados de un ejército en miniatura. Cada una con un vuelo errático y desesperado, como pequeños guerreros con alas, agitando el aire con una urgencia incomprensible, una determinación que desafiaría incluso la paciencia del más santo. Su insistencia es tal que hasta el mismísimo ejército de salvación, con toda su devoción y espíritu de sacrificio, se vería exhausto ante tal despliegue de tenacidad. Es como si estas moscas, en su danza caótica, encarnaran la propia esencia de la fatiga, convirtiendo cada intento de ahuyentarlas en una batalla perdida, una prueba incesante para el alma.

Esas criaturas diminutas y persistentes, giran y zumban en el aire viciado de la habitación como pensamientos intrusos en la mente de un hombre insomne. No, no son simples insectos, sino pequeñas tormentas de aleteos irregulares, que desafían el orden y la paciencia. Tal es su naturaleza, que agotarían no solo a un alma perdida, sino al mismísimo ejército de salvación, con sus alas frenéticas y su absurda constancia. Imposible no imaginar que, en ese torbellino de movimientos, se esconde una perversión de la calma, un recordatorio cruel de la inquietud perpetua que se anida en los rincones más oscuros de nuestra existencia. Las moscas, imperturbables ante cualquier señal de rendición, se alimentan del tedio, del cansancio, y de esa guerra invisible que libran con el alma que busca descanso.

Ah, las moscas, esos diminutos y persistentes emisarios del caos, cuyo aleteo incansable podría desgastar incluso a la más noble de las almas. Imagina un enjambre tan denso y tenaz que hasta el ejército de salvación, con sus uniformes almidonados y sus corazones llenos de fe, sucumbiría al agotamiento. Esos insectos, con su zumbido monocorde, parecerían estar tejidos con los hilos de la desesperación, capaces de convertir la más firme voluntad en una cuerda tensa, a punto de romperse. Cada embestida, cada giro impredecible en el aire, se sentiría como un golpe a la paciencia, una prueba constante al límite de la cordura. En su pequeñez, las moscas cargan con una energía devastadora, una persistencia que haría arrodillarse al mismísimo ejército del cielo, rogando por un respiro, por una tregua en esa guerra interminable contra lo efímero y lo incansable.

Y de todas ellas, las de septiembre son sin duda las campeonas de la desesperación.