Melancolía de nácar

Melancolía de nácar

En la quietud impregnada de la noche estrellada,
se despliega majestuosa la melancolía de nácar,
un manto etéreo de tristeza que se derrama,
como lágrimas de luna que embriagan el alma.

Los suspiros, susurros del viento entrelazado,
exhalan añoranzas en la mágica penumbra,
las notas tristes de un piano taciturno,
acompañan el latir de esta caliginosa bruma.

En los recovecos del laberinto perdido de mi mente,
se agazapan los recuerdos en su estío final,
fantasmas de una vida que ya no pisa el presente,
acechan y entristecen, su pesadumbre sin igual.

Los colores, cual pétalos desvaídos en el horizonte,
se desdibujan en sombras acuareladas, sin forma,
la alegría, como eco lejano, se desvanece lentamente,
y el corazón, presa de bruma amarga, se conforma.

El suspiro del mar rompe con furor en la orilla,
un eco vibrante que se funde con la nostalgia,
las olas, mensajeras de un tiempo que se atesora,
y en su murmullo encuentro mi deleite sin gracia.

La melancolía de nácar me envuelve en su abrazo,
un abrazo frío, como el hielo en el invierno,
me sumerjo en su esencia como un río abismal,
y dejo que me arrastre hacia un amanecer eterno.

En la melancolía hallé mi refugio inefable,
un reducto donde el dolor se torna sublime arte,
y en cada verso encuentro bálsamo redentor,
en cada estrofa, consuelo y parte de un todo abrazado.

Así, en la oscuridad profunda de mi tristeza, apesadumbrada,
la melancolía de nácar me envuelve con gracia soberana,
escribo versos embriagados de un tiempo olvidado,
y encuentro en ellos la paz, eterna, espléndida, tirana.