La mariposa no es el jardín

La mariposa no es el jardín, tan sólo un par de flores amarillas que se elevan a mi ventana.

La mariposa no es el jardín

La mariposa no es el jardín, tan sólo un par de flores amarillas que se elevan a mi ventana... y, sin embargo, en su vuelo torpe y errático, la mariposa parece cargar con la esencia misma del jardín. Sus alas, delgadas como el susurro de un sueño, vibran en el aire cálido, llevando consigo fragmentos de luz, apenas atrapados por el sol que declina en el horizonte. Esas flores amarillas, pequeñas luces en el verdor, no son más que un reflejo de lo que mi alma siente en este instante. Las veo, las sigo, pero no las alcanzo. Así también se escapa lo que deseo, siempre a la distancia, bailando en una coreografía que nunca entiendo del todo.

¿Qué es lo que en verdad veo? ¿El jardín o la ausencia de algo más? La mariposa revolotea entre las hojas y las sombras, una figura pasajera, frágil y llena de promesas no dichas, y en su breve existencia hay algo de mi propia lucha interna, de esa búsqueda constante por lo efímero, por lo que no se puede asir ni con las manos ni con el pensamiento.

Es solo un par de flores, pero en ellas, algo de mí mismo ha comenzado a elevarse también.

Las flores amarillas, suspendidas en el aire, se desdibujan como los recuerdos que intento evocar con precisión y que, sin embargo, se me escurren, como si el tiempo mismo se empecinara en desarmarlos poco a poco. La mariposa, en su vuelo liviano, parece tejer la textura invisible de ese espacio donde se cruzan lo efímero y lo eterno. A través de la ventana, la observo con una mezcla de fascinación y nostalgia, porque en su movimiento hay algo que me recuerda a un pensamiento que vaga sin rumbo, perdido entre las encrucijadas de mi mente.

El jardín, ajeno a mi mirada, sigue su ciclo indolente, ignorando los pequeños dramas de mi observación. Las hojas se mecen perezosas bajo la brisa suave de la tarde, mientras las sombras comienzan a estirarse, alargándose hacia rincones donde ya no alcanza el sol. Y allí, entre la maraña de colores y aromas, la mariposa traza rutas incomprensibles, como si respondiera a una llamada más allá de la lógica, más allá de la razón.

Me pregunto si alguna vez yo mismo he sido como esa mariposa, danzando entre mis propios anhelos, alzando el vuelo sobre los deseos de otros, buscando sin saber muy bien qué es lo que persigo. Quizás, como ella, he saltado de flor en flor, probando el néctar de momentos fugaces, creyendo que en cada uno encontraría una respuesta o una verdad definitiva. Pero ahora me doy cuenta de que no es la mariposa la que busca el jardín; es el jardín el que le da sentido a su vuelo. Y yo, en mi lugar, miro, como si esa pequeña criatura me estuviera enseñando, sin saberlo, que no siempre se trata de encontrar, sino de aprender a moverse en la incertidumbre, en ese espacio entre la luz y la sombra, donde lo conocido se desvanece y lo posible toma forma.

El jardín es vasto, lleno de rincones que nunca he explorado, de secretos ocultos bajo el manto verde. A veces pienso que mi alma es como ese jardín, un lugar extenso y desconocido que no termino de recorrer. Hay flores en lo más profundo, colores que ni siquiera sé que existen, y sombras también, rincones oscuros donde el sol no llega, donde mis pensamientos más oscuros se esconden, se entrelazan con las raíces y crecen en silencio.

Y la mariposa... tan sólo es una visita pasajera. Pero su breve estancia deja una huella en mi conciencia. Me muestra que el vuelo, aunque errático, tiene su belleza. Me enseña que no siempre es necesario comprender el sentido de todo lo que nos rodea. A veces basta con sentir, con estar presente, con dejar que la vida fluya como esa brisa que mueve las hojas, como ese aleteo que apenas roza el aire, y que, sin embargo, cambia por completo la imagen de lo que somos, de lo que creemos ser.

Tal vez el jardín no es solo un lugar físico, sino un estado de ánimo, un reflejo de la complejidad de mis pensamientos. Y en ese espejo verde y dorado por el sol de la tarde, veo reflejadas las preguntas que llevo dentro, aquellas que, como la mariposa, solo revolotean, sin buscar respuestas definitivas. Porque, después de todo, ¿Qué sería del jardín sin ese vuelo? ¿Qué sería de mí sin estas preguntas que, aunque nunca las resuelvo, me invitan a seguir observando, a seguir volando, aunque sea en la mente?