Kit emocional para cuando la civilización sufra un apagón
Algunas reflexiones irónicas (o no) sobre el "Apagón" y otras distopías.
Querido lector (familia, amigos, etc.), imagina por un momento que te despiertas y el interruptor de la luz decide ignorarte. No hay WiFi. No hay café (porque la cafetera es eléctrica). No puedes pedir socorro por WhatsApp. Y lo peor: Netflix, ese oráculo de evasión emocional, se ha desvanecido. ¿Pánico? Tranquilo. Aquí te traigo el kit emocional definitivo para que no pierdas la compostura ni la civilización… o al menos no tan rápido.
Autodiagnóstico emocional: “¿Estoy muerto o solo sin batería?”
En el minuto uno del apagón prolongado, tu alma urbana entrará en fase de negación tecnológica. “Seguro vuelve en diez minutos”, repites mientras miras fijamente el microondas como si fuera un oráculo. No vuelve. No va a volver. Respira. Siente el vacío. Ese temblor que recorre tu cuerpo no es hambre, es síndrome de abstinencia digital.
Consejo: mira al horizonte, suspira fuerte y di: “Estoy vivo, solo que sin señal”. Funciona como un mantra. Bonus si lo gritas al balcón para sembrar esperanza (o terror) entre tus vecinos. "Perro Shanshes", o cosas similares, no funciona.
El Kit emocional básico
Porque sin emociones ordenadas no hay civilización que resista. Aquí tu arsenal mínimo:
- Una libreta y boli. Para escribir tus memorias del colapso o hacer dibujitos si no sabes escribir sin teclado.
- Un espejo. Para verte mientras hablas contigo mismo. Dicen que ayuda a no volverse loco, pero sobre todo entretiene.
- Fotos impresas. Sí, impresas. De seres queridos o de tu gato. Para recordar que alguna vez fuiste parte de algo más grande que tú.
- Un libro físico. No, no una tablet. Un libro. De papel. Páginas. Palabras. Sorpresas sin batería.
Mantén la llama (emocional y literal)
Sin electricidad, el fuego es la nueva app estrella. Sirve para todo: cocinar, calentar, asar tus prejuicios tecnológicos. Pero sobre todo, reúne personas a su alrededor, y eso, amigo mío, es la red social más estable que tendrás. Coméntale al vecino: “¿Te gusta el fuego? A mí también. ¿Hacemos comunidad?”. Boom. Civilización.
Advertencia legal: no hagas fogatas en el salón. Ni en el balcón. Ser el Prometeo del barrio puede acabar mal.
El duelo de la nevera
Es hora de enfrentarte al mayor drama: todo lo que amabas en tu nevera ha muerto. El yogur, el queso, el pollo de oferta. Todos, víctimas de la falta de voltios. Vas a pasar por las cinco fases del duelo (negación, ira, pacto, depresión, aceptación) en menos de una hora, especialmente cuando veas flotar el brócoli en su jugo.
¿Solución emocional? Organiza un funeral vikingo para tu helado. Que se derrita con dignidad mientras le cantas una balada. Llora si hace falta. Luego, aprende a fermentar verduras. Es como tener una nevera espiritual.
Reinventa el ocio: teatro interior y otros delirios
Sin Netflix, TikTok, ni podcasts de gente que habla como si fuera filósofa del yoga, tu mente se convierte en el único escenario disponible. ¡Es tu momento!
- Interpreta monólogos delante del espejo.
- Recrea películas desde la memoria.
- Haz una “charla TED” para tus plantas sobre resiliencia post-luz.
- Pásate al origami emocional: dobla tu ansiedad hasta que parezca una paloma.
Verás qué divertido es inventarte roles para no perder la cordura. (Bueno, perderla con estilo también cuenta y es civilizado.)
Cómo mantener la civilización
(spoiler: con pegamento y conversación)
La civilización, según algunos expertos del Apocalipsis™, no se sostiene por la tecnología sino por la cooperación humana. Así que toca hablar. Con humanos reales. De carne, hueso y cara. Ya sé, qué horror.
Ve y llama al vecino que antes evitabas en el ascensor. “Hola, ¿te interesa construir una civilización post-eléctrica conmigo?”. Es probable que te mire raro, pero si tiene una estufa de gas o un transistor a manubrio, el pacto está sellado.
Conversa, comparte, coopera. La civilización nació así. La electricidad vino después. Si puedes encender una charla, no necesitas encender una bombilla.
Meditación para urbanitas sin enchufe
Ya sin aparatos que te absorban la atención, vas a experimentar un fenómeno extraño: el tiempo. De repente tendrás horas. Días. Inmensidades sin notificaciones. Es abrumador.
Haz esto:
- Siéntate.
- Mira un punto fijo (puede ser la mancha de humedad del techo).
- Respira.
- Repite: “No soy mi router. No soy mi móvil. Soy más que un algoritmo.”
Con práctica, desarrollarás una extraña capacidad llamada presencia. Es como el WiFi del alma, pero sin contraseña.
Visionarios del apagón
Si sobrevives las primeras 72 horas (eso dicen) sin volverte un troglodita que grita “¡LUZ!” al cielo, ya eres parte de una nueva élite: los visionarios del apagón. Gente que entendió que la civilización no se carga por USB. Que el progreso no está solo en la tecnología, sino en la capacidad humana de adaptarse, reírse del caos y construir con lo que haya a mano (en la plaza de Olavide, una fiesta, por ejemplo).
Puedes fundar tu propio consejo de sabios, llevar una capa hecha de cortinas y proclamar las nuevas leyes del civismo sin red eléctrica. ¿Demasiado? Tal vez. Pero alguien tiene que escribir la constitución post-luz. A lo mejor eres tú.
El accesorio definitivo: guantes para tocar realidad
Por último, y como broche de oro de este kit, te recomiendo adquirir un par de guantes (figurativos o no) para tocar la vida sin filtros. Porque cuando ya no hay pantallas ni asistentes de voz que te digan qué pensar, vas a tener que tocar, sentir, oler, vivir.
Y ahí, en ese regreso incómodo pero visceral al mundo real, descubrirás que la civilización no se perdió: estaba esperando que alguien volviera a encenderla desde dentro.
No necesitas luz para brillar. Solo un poco de sentido del humor, algunas habilidades olvidadas y mucha, pero mucha, disposición a parecer raro durante un tiempo. Porque al final, sobrevivir sin electricidad no se trata solo de conservar la comida: se trata de no perder el alma, el ingenio… y el sentido de comunidad.
Y si todo falla, siempre puedes hacer como en la Edad Media: escribir este artículo a mano, enrollarlo en un pergamino y lanzarlo al viento. Con suerte, algún otro náufrago eléctrico lo leerá… y reirá contigo. Saludos, familia y amigos. Seguimos aquí. Conservemos la civilización. Aunque perdamos todo, podremos volver a encender la luz.