El nihilista

El nihilista

El nihilista no tiene ni para hilos. Así comenzaba su día, envuelto en una nebulosa de apatía y desapego hacia todo lo que le rodeaba. No había una única razón que lo llevara a esta postura nihilista; era más bien una acumulación de decepciones y desencantos a lo largo de su vida.

Su existencia carecía de un propósito definido, y cualquier atisbo de significado se le escapaba entre los dedos como el agua. Las relaciones humanas eran efímeras, el trabajo solo le proporcionaba una razón para mantenerse en movimiento, pero no le ofrecía ningún tipo de satisfacción. La religión, la moralidad, las ideologías políticas; todo parecía un juego de sombras sin sustancia.

En su pequeño apartamento, apenas amueblado y lleno de libros polvorientos, pasaba sus días reflexionando sobre el absurdo de la existencia. Cuestionaba la noción de verdad, la validez de cualquier sistema de valores, y el sentido de la moralidad en un mundo sin principios sólidos.

No se entregaba a los vicios ni a la autodestrucción; en cambio, buscaba la claridad en medio de la negación de todo lo que consideraba ilusorio. Leía filósofos existencialistas y nihilistas, tratando de encontrar respuestas o, al menos, compañía en sus pensamientos. La soledad era su única compañera constante, pero a veces se sentía liberadoramente vacío.

El nihilista no tenía aspiraciones, no deseaba acumular riquezas, ni luchaba por el reconocimiento social. Su minimalismo no era una elección estilística, sino una expresión de su falta de interés en la posesión material. El mundo a su alrededor le parecía un teatro de sombras donde todos representaban roles sin sentido.

A medida que pasaban los días, su nihilismo se profundizaba. Sus amistades se alejaban, incapaces de entender su perspectiva. A menudo se preguntaba si su enfoque de la vida era un refugio o una prisión. La gente lo tachaba de pesimista, pero para él, era simplemente un realista extremo.

El nihilista no tenía ni para hilos, ni para sueños, ni para esperanzas. En un mundo donde nada tenía significado, su existencia era una reflexión de ese vacío. Pero en medio de la apatía y la negación, encontraba una extraña comodidad. En su rechazo a comprometerse con las ilusiones y las falsas promesas de significado, hallaba una libertad única y paradójica.

Su vida podía parecer sin rumbo y sin propósito para los observadores externos, pero para el nihilista, era un viaje en busca de la verdad en un mundo de sombras. Y aunque nunca encontró respuestas definitivas, la búsqueda misma le dio un sentido, aunque fuera efímero, en un mundo que carecía de sentido aparente.