La 'Areté' o virtud
"En mis virtudes están la mayoría de mis defectos" (Honoré de Balzac, célebre novelista francés del siglo XIX, conocido por su obra monumental "La Comédie Humaine".)
"En mis virtudes están la mayoría de mis defectos". Qué afirmación tan paradójica y cargada de verdad. Es en esa fina línea, casi imperceptible, donde las luces y sombras de la personalidad se entrelazan en una danza interminable, una coreografía que refleja la complejidad de la condición humana.
Es como si cada virtud fuese una moneda lanzada al aire, con su brillo dorado y su potencial para el bien, pero también con un revés oscuro, afilado como la hoja de un cuchillo. El valor que uno le da a la persistencia puede convertirse en obstinación; la generosidad desbordante, en el impulso autodestructivo de dar hasta quedarse vacío; la honestidad, en la crudeza que hiere más que cualquier mentira.
Es un juego de espejos, donde cada rasgo noble lleva escondido, en su reflejo, un vicio potencial, una debilidad que, bajo cierta luz, reluce con el mismo fulgor que la virtud. Y al reconocerse en ese laberinto de virtudes y defectos, uno se percata de que quizás son las mismas fuerzas las que construyen y desmoronan, las que elevan y derriban con la misma intensidad, dependiendo de cómo se las mire, de cómo se las viva.
Así, en cada acto virtuoso, se gesta el germen de un defecto, en cada destello de bondad, una sombra se alarga. Porque ser humano es, en definitiva, ser esa contradicción, ese hilo sutil que teje con la misma fibra lo más alto y lo más bajo de nuestra naturaleza.
Es un pensamiento tan paradójico como revelador, donde las líneas que separan la virtud del defecto se desdibujan en la niebla de la identidad. Tal vez esa pasión que a menudo te lleva a grandes alturas es la misma que, en su exceso, te arrastra al abismo de la obsesión. La determinación, que en su pureza te impulsa hacia adelante, puede convertirse en terquedad cuando se niega a ceder terreno.
Las virtudes, en su brillo, esconden sombras que las acompañan. La empatía que te permite conectar con otros se convierte en vulnerabilidad, exponiéndote a un sufrimiento que a veces no es tuyo. La honestidad, virtud de los sinceros, puede transformarse en una espada que hiere sin intención, dejando cicatrices invisibles en aquellos que te rodean.
Así, se teje el entramado de tu ser, donde cada hilo de virtud lleva consigo una hebra de defecto, en un juego incesante de luces y sombras que dan forma a la complejidad de tu existencia. ¿Acaso no es esta dualidad lo que te hace humano, lo que dota de profundidad y matices a tu esencia?
Balzac exploró a fondo la complejidad de la naturaleza humana, y esta frase refleja su aguda observación de cómo las cualidades positivas de una persona pueden, en exceso o en determinadas circunstancias, volverse en contra o convertirse en defectos.