El viento

El viento azota los calzoncillos tendidos. Ramón

El viento

El viento, cual fiera desatada, azota los calzoncillos tendidos, arrancando de ellos un lamento sordo que se mezcla con el susurro de los árboles. Las prendas, izadas como banderas sin nación, ondean en un baile frenético, atrapadas en una coreografía impuesta por la naturaleza. Cada pliegue, cada costura, se tensa y se relaja al compás del aire, evocando recuerdos de antiguas batallas y viejos amores. Los colores desteñidos por el sol y el tiempo, ahora vibrantes bajo el yugo del viento, cuentan historias de días pasados, de cuerpos que los habitaron y de manos que los doblaron con esmero.

Los calzoncillos, símbolos humildes de la cotidianidad, se tornan en protagonistas de una danza épica, testigos mudos del inexorable paso del tiempo. El viento, caprichoso y omnipresente, los sacude con una fuerza casi maternal, como si intentara devolverles la vida que el uso y el desgaste les han arrebatado. En su vuelo efímero, los calzoncillos se convierten en metáforas de la existencia misma: frágiles, sometidos a fuerzas invisibles, pero siempre dispuestos a alzar el vuelo en el torbellino de la vida.

El viento, indomable y juguetón, azota los calzoncillos tendidos como un niño caprichoso que encuentra diversión en lo cotidiano. Los calzoncillos, blancos como el primer suspiro del alba, se inflan y despliegan en una danza etérea, susurros de libertad arrancados del monótono día a día. Parecen aves atrapadas entre los alambres, batiendo sus alas de tela en un desesperado intento de emprender el vuelo hacia horizontes desconocidos.

Los hilos que los sostienen, tenues y frágiles, vibran con la fuerza del viento, creando una melodía tenue, casi inaudible, que acompaña el ballet improvisado de estas prendas íntimas. Es como si cada golpe de aire fuese una caricia invisible, un amante invisible que juega a poseer y liberar en un mismo acto.

En la distancia, el murmullo del mar se mezcla con el ajetreo del viento, componiendo una sinfonía que sólo aquellos con alma de poeta pueden entender. Y en ese instante fugaz, el viento se convierte en un narrador omnisciente, contando historias de otros tiempos y otros lugares a través del movimiento ondulante de los calzoncillos. Cada sacudida es un verso, cada vaivén, una estrofa de un poema que se escribe y se desvanece en el mismo aliento, efímero y eterno como la vida misma.