El peso de la luz
Las esperanzas, calcinadas por el sol inclemente, apenas mantenían la sombra de un paraíso olvidado.
Llanuras del tiempo inmemorial, 
entre el siglo que se levantó 
y el otoño figurado, 
agriaba el aburrimiento 
como un manto oscuro 
que cubría el pueblo. 
Las esperanzas, 
calcinadas por el sol inclemente, 
apenas mantenían la sombra 
de un paraíso olvidado. 
Los viejos profesores, 
como religiosos de un credo desvanecido, 
prestaban su voz razonable 
para abordar los misterios del universo, 
pero sus palabras caían 
en arenas movedizas 
de vana ignorancia.
En este rato de desesperación, 
se despiertan los sueños 
de quienes aún mantienen la fe 
en un destino más noble. 
Entre las últimas brasas 
de un fuego que parecía extinguirse, 
florece la voluntad de aquellos 
que se niegan a ser salvados 
por el conformismo. 
Y así, con fuerza renovada, 
enfrentan el abismo del arrepentimiento 
y el peso de sus propias decisiones.
El pueblo, como un cuyos 
mantenido en jaula de expectativas, 
exige más que simples migajas de alimento. 
Anhelan el festín de la libertad, 
donde cada uno pueda pasearse 
por las sendas de su propia niñez, 
sin la opresión del deber 
o la mirada juzgadora 
de un esposo moral.
Entre artesonados de sueños rotos 
y divinas ofrendas de lágrimas, 
se alza la voz de aquellos 
que se niegan a ser simples espectadores 
de su propio destino. 
Y así, entre susurros de esperanza 
y suspiros de desdén, 
se teje el tapiz de un mañana incierto, 
donde cada alma decide su propio camino,
bajo el peso de la luz.