Cielo, infierno...

Cielo, infierno, purgatorio y hasta el limbo están aquí en la tierra y lo llamamos vida.

Cielo, infierno...

El cielo, ese hermoso soborno eterno para que los pobres no reclamen la tierra...

Ah, el cielo. Ese resort cinco estrellas en el más allá, con calles de oro, ángeles con arpas, y la promesa eterna de paz, justicia y Wi-Fi celestial. Una idea tan brillante que uno no puede evitar preguntarse: ¿Quién la inventó y por qué no está recibiendo regalías y privilegios? (¿o sí?).

Durante siglos, el cielo ha sido el paquete turístico perfecto para los pobres, un premio de consolación de proporciones cósmicas. "Sufre ahora, disfruta después", dice el eslogan no oficial de muchas religiones. Un marketing tan efectivo que haría llorar de envidia a Apple, Coca-Cola y cualquier universidad privada con deudas de por vida.

Claro, podrías preguntarte por qué tantos seres humanos aceptaron pasar hambre, miseria y explotación mientras los que los explotaban vivían como dioses. La respuesta es simple: tenían su recompensa garantizada... después de morir. Sí, porque nada dice "justicia" como un paraíso intangible donde los ricos no tienen permitido entrar (aunque con sus abogados, probablemente ya estén en proceso de apelar esa cláusula).

Lo mejor del cielo es su utilidad práctica. Imagínate lo incómodo que sería si, en lugar de esperar al juicio final, los pobres decidieran reclamar la tierra ahora. ¿Qué harían los terratenientes, los oligarcas y los influencers del siglo XVIII? Sería un caos. No, mejor prometerles el más allá, donde tendrán todo lo que aquí no se les permitió: dignidad, pan caliente y descanso eterno (literalmente).

Y para asegurarse de que nadie se ponga demasiado curioso o escéptico, se agregó la cláusula más brillante de todas: dudar del cielo es pecado. Nada como un toque de culpa existencial para sellar el trato.

Así que la próxima vez que te sientas explotado, cansado o con la sospecha de que el sistema está amañado, respira hondo y mira al cielo. No porque vayas a encontrar respuestas, sino porque es más fácil que mirar a tu alrededor y preguntarte: “¿Y si esta tierra también fuera mía?”

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El cielo es una promesa para que los pobres no reclamen la tierra.