Chicle

El chicle es la pesadilla del zapato y de su enajenado dueño...

Chicle

El chicle es la pesadilla del zapato y de su enajenado dueño, esa goma pegajosa que, oculta entre las baldosas, espera con paciencia casi malévola el instante de adherirse, como si en su viscosidad guardara el secreto de una trampa sutil. La suela, que hasta entonces había avanzado con indiferencia por el mundo, se siente súbitamente atada, atrapada en una pringosa amalgama de sabores olvidados y olores que ya no son de nadie.

El dueño, distraído en sus pensamientos, apenas se percata de esa invasión furtiva, pero la siente, como se siente el peso del remordimiento en una tarde tranquila, el incómodo recordatorio de que incluso en los pequeños detalles se esconde la ruina de lo cotidiano. ¿Cómo un objeto tan inofensivo, nacido para el entretenimiento efímero, se convierte en el enemigo declarado de la elegancia y el paso decidido?

El chicle, efectivamente, es una pequeña trampa urbana, silenciosa y perversa, que aguarda en las grietas de las aceras y bajo los bancos de los parques, oculta como un pensamiento oscuro que no se puede sacudir. Se adhiere con la terquedad de lo inevitable, una marea pegajosa que el pie desprevenido no consigue evitar. ¿Cuántas veces caminamos sin darnos cuenta de los pequeños riesgos, las imperceptibles emboscadas de la vida cotidiana? Y allí está, ese chicle, el destino en forma de pegote, adherido a la suela y a la mente, desdibujando la frontera entre el mundo exterior y la ansiedad latente que su dueño lleva consigo.

El zapato, fiel testigo de las rutas diarias, reclama su libertad en cada paso, pero su dueño, distraído, atrapado en el eterno vaivén de sus pensamientos, no advierte la invasión hasta que ya es demasiado tarde. ¿Qué hace, entonces, ante la molesta intrusión de esa goma de mascar que se niega a soltar su presa? Frota con el borde de la acera, raspa con un palo o una llave, pero el chicle persiste, como un eco tenaz de las preocupaciones no resueltas.

El chicle es más que una molestia física; es un símbolo de esas pequeñas cargas que se adhieren al alma, de las minucias que, sin darnos cuenta, arrastramos en la rutina diaria. ¿Cuánto de nuestras vidas es una acumulación de estos diminutos chicles, que se pegan a nuestras intenciones y nos hacen más lentos, más pesados, menos libres?

En ese instante, mientras el zapato lucha por desprenderse de su captor, quizá también su dueño se pregunte: ¿¡cuántos pensamientos pegajosos he dejado que se cuelen en mi mente sin advertirlo, ay!?