Capitán chinchilla
Bajo la sombra cilíndrica de cipreses perpetuos, el nuevo capitán chinchilla, antaño cebada, bebió su primer Aperol a la sombra vesperal, frente a los muros de un convento enclaustrado. Susurros de antaño vibran en el aire estancado,
cual reliquias de las tardes de oro de un pasado, donde el alma trocaba su cebada por chispeantes burbujas, y la sed, por un fragmento de melancolía añeja.
Los monjes de silencio custodian los secretos del viento, mientras el capitán chinchilla, poeta en la mira, destapa el elixir naranja de crepúsculos tardíos, brindando con los fantasmas de sus días olvidados. Esas paredes, tan altivas, tan plenas de ausencias, contienen más rezos que voces, más ecos que presencias; y el Aperol, con su danza rubí, tienta a la memoria, a deshojar los capítulos en un libro de sombras. "Hoy soy chinchilla," dice, "mañana quizá paja, y siempre la sed, el ardor en los labios, el anhelo de lo nunca habido, de lo jamás pronunciado, de esa espuma dorada que no retorna, sólo vaga."
En el pozo del vaso, los cipreses se reflejan, mezcla de realidad y desvelo en un sorbo, donde el convento se disuelve, se redime y olvida, y el capitán chinchilla ve más allá de su embozo. Escribir es beber del cáliz de los dioses dormidos, y con cada trago, cada sílaba, se desata un destino. Así, el capitán chinchilla, entre sorbo y verso, rememora su ser cebada, su futuro incierto.
Ya con tres Aperoles más hundidos en su ser, el capitán chinchilla, ebrio de revelaciones, bajo cipreses que apuntan al infinito, se desnuda de su nombre, de su piel, de las máscaras del día. Sus dedos, tinta y carne, trazan constelaciones en el aire denso de una tarde sin relojes. El convento murmura plegarias olvidadas, y él, desbordado, es eco y viento, es llama y agua. "Sólo un capitán de cenizas, de destellos efímeros," susurra al vaso vacío que refleja sus ojos perdidos, y en los cipreses, sombras alargadas como recuerdos, se mezclan los silencios de la noche venidera.
Cada Aperol, un poema no escrito, una lágrima naranja que corre por su garganta como un río de antaño, lavando su pasado de cebada, y con ello, la memoria de los campos dorados bajo soles idos. "Soy chinchilla, y en mi ebriedad soy también polvo, fragmento de sueños rotos, versos inconclusos," piensa, mientras el convento se desdibuja en la penumbra creciente, la noche inminente. Las estrellas, esos testigos impasibles del hombre, parpadean sobre su cabeza, riendo quizás, de este capitán chinchilla que, en su delirio, ha visto el universo en el fondo de un Aperol. Así, entre cipreses y sombra, el tiempo se disuelve, y el capitán chinchilla, marioneta de su deseo, se hunde en la madrugada, poeta ebrio, buscando en el abismo el sentido de su viaje.