Arrecife coralino

El arrecife coralino es la paella del mar cocinada en la sartén de un atolón atolondrado.

Arrecife coralino

El arrecife coralino es la paella del mar, un festín cromático donde los ingredientes no se revuelven, sino que vibran en su sitio, cada cual con su danza de sal y corriente. Lo cocina el sol con su fuego de cenit, lo sazona la marea con su vaivén de espuma, y lo remueve el tiempo con su cucharón de siglos.

La sartén de este banquete es un atolón atolondrado, un anillo de piedra caliza que olvida su propia edad, que no sabe si nació ayer o si lleva milenios flotando en el limbo azul. Entre sus bordes, el caldo del océano hierve de vida: peces loro que muerden el coral como si fueran costras de arroz dorado, anémonas que ondulan como hebras de azafrán sumergidas en un guiso interminable, estrellas de mar que parecen trozos de pimiento esparcidos al azar por una mano invisible.

En este plato hondo que es la laguna, el pulpo es el chef oculto, manipulando su entorno con tentáculos de prestidigitador. Los caballitos de mar son camareros en cámara lenta, flotando entre las mesas de pólipos y esponjas. Y allá, en el fondo, los tiburones merodean como críticos gastronómicos implacables, evaluando el menú con ojos antiguos y dientes afilados.

Pero todo festín tiene su amenaza: el plástico se desliza como un condimento indeseado, el calor sube la temperatura de la olla, el equilibrio tiembla como un arroz a punto de pasarse. Si no se cuida la receta, el océano podría quedarse sin su plato estrella, y el atolón atolondrado, sin su bullicio de vida.

Porque el arrecife es más que un paisaje; es una cocina abierta donde el mundo marino prepara su eternidad a fuego lento.