Alta política

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Recuerdo vívidamente el día en que mi amigo Pedro y yo, entre risas y bromas, pronunciamos una frase que nos hizo estallar de la risa: "Entre yo tonto y tu sorda deberíamos fundar un partido político". Aquel comentario absurdo y jocoso se convirtió en nuestro lema personal, pero nunca nos imaginamos las extrañas vueltas que tomaría nuestra historia a partir de ese momento.

Movidos por la curiosidad y el espíritu aventurero, decidimos darle vida a nuestra ocurrencia y fundar nuestro propio partido político. Nos pareció una idea descabellada y, al mismo tiempo, emocionante. Nos autodenominamos el Partido de la Incongruencia y, sin ninguna pretensión seria, comenzamos a elaborar nuestro "manifiesto político".

Aunque la mayoría de nuestras propuestas eran absurdas y completamente inaplicables, nos divertíamos enormemente imaginando el impacto que podríamos tener en la sociedad. Prometimos construir un puente de galletas, convertir los semáforos en luces de discoteca y establecer un día nacional dedicado a comer helado sin culpa. Sin duda, nuestras ideas eran más propias de una comedia que de un programa político real.

Sin embargo, para nuestra sorpresa, nuestras payasadas empezaron a ganar popularidad entre los jóvenes y aquellos cansados de la política convencional. Nuestra falta de seriedad y la frescura de nuestras propuestas conectaron con un sector de la población que buscaba una alternativa a los discursos políticos tradicionales.

Pronto, nos vimos envueltos en una campaña electoral que nunca imaginamos. Las calles se llenaban de carteles coloridos con nuestras caras y nuestras promesas descabelladas. Nos convertimos en el centro de atención de los medios de comunicación, quienes, entre risas y escepticismo, seguían de cerca nuestros movimientos.

A medida que el día de las elecciones se acercaba, nos dimos cuenta de que, de alguna manera, nuestra broma se había vuelto realidad. La gente nos miraba con curiosidad y algunos incluso creían en nuestras propuestas imposibles. Nos enfrentamos a una disyuntiva: seguir adelante con esta farsa o retirarnos y admitir que habíamos ido demasiado lejos.

Finalmente, decidimos mantenernos fieles a nuestra esencia y afrontar las elecciones con humor y humildad. Sabíamos que nuestras posibilidades reales de ganar eran nulas, pero eso no nos importaba. Lo más importante para nosotros era transmitir un mensaje de alegría y despreocupación en un entorno político tan tenso y desesperanzador.

El día de las elecciones, recibimos una cantidad considerable de votos, lo cual fue una sorpresa para todos. Aunque no logramos un escaño en el parlamento, la experiencia nos enseñó que el humor y la honestidad pueden tener un impacto significativo en la vida de las personas.

Nuestra nefanda historia de "Entre yo tonto y tu sorda deberíamos fundar un partido político" nos llevó a lugares inimaginables. Aunque nuestro partido político fue efímero, dejó una huella en nuestras vidas y en aquellos que nos siguieron en esta aventura. Aprendimos que a veces, en medio de la ridiculez, se encuentra una chispa de esperanza y la capacidad de hacer reír a otros en el camino.