Y seguirás alimentando con tu cuerpo,
ya sin sudor, sin lágrimas, sin sangre
la tierruca que nunca poseíste,
como yuntero eterno entre dos soles.
Y seguirás amaneciendo cada día,
quemando los sarmientos de tus huesos
al sol de las llanuras y las vides,
ya sin mirar la tierra genuflexo,
contemplando las infinitas formas de las nubes.
Que la noche y la tierra te sea leve.