Receta de la greguería

Receta de la greguería

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Para hacer una greguería lea con mirada de cartero...

Para hacer una greguería, léala con mirada de cartero. Esta era la filosofía de Don Ernesto, un escritor excéntrico que vivía en el último piso de un antiguo edificio en el corazón de la ciudad. Don Ernesto, de cabello desaliñado y anteojos gruesos, se había ganado la reputación de ser un maestro de la greguería, un género literario que él mismo había perfeccionado.

Cada mañana, antes de que el sol iluminara las estrechas calles adoquinadas, Don Ernesto se dirigía al viejo buzón de correos al final de la acera. Vestía su bata de casa, un sombrero raído y zapatillas desgastadas, dándole la apariencia de un auténtico cartero de antaño. Iba allí a recoger su correspondencia matutina, aunque en realidad, el buzón estaba vacío.

Para él, esos paseos matutinos eran cruciales. Sostenía su respiración, observando los detalles más insignificantes a su alrededor. Veía los adoquines desgastados por los años y las sombras que se alargaban mientras el día despertaba. Escuchaba el suave murmullo de los vecinos que comenzaban a despertar y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Sentía la vida de la ciudad palpitar a su alrededor como si fuera el latido de un corazón gigante.

De vuelta en su apartamento, Don Ernesto se sentaba frente a su vieja máquina de escribir. Los personajes y las situaciones que observaba en sus paseos se convertían en palabras en la pantalla. Escribía greguerías, frases ingeniosas que capturaban la esencia de la vida cotidiana, a menudo con un toque de humor y absurdo. Sus greguerías eran como pequeños tesoros literarios que iluminaban el mundo de quienes las leían.

La gente comenzó a escuchar sobre Don Ernesto y sus greguerías, y su apartamento se convirtió en un lugar de peregrinación para escritores y curiosos por igual. Todos querían conocer al hombre que veía el mundo a través de la mirada de un cartero y transformaba lo ordinario en algo extraordinario.

La fama de Don Ernesto creció, y su obra se publicó en libros que se vendieron en todo el país. A pesar de su modesta apariencia y su enfoque poco convencional, Don Ernesto se convirtió en un icono literario, recordándonos que la belleza se encuentra en los detalles más simples de la vida, si tan solo aprendemos a mirar con los ojos de un cartero.


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