Es hora de mordisquear la luna

Es hora de mordisquear la luna

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-Es hora de mordisquear la luna.

-Ah, fuiste tú! -exclamó Mariana, alzando una ceja con incredulidad mientras observaba a su amigo Javier con una sonrisa pícara en el rostro. La noche estaba clara y estrellada, y ambos se encontraban en lo alto de una colina, rodeados por la tranquila oscuridad y el suave murmullo del viento.

Javier soltó una risa contagiosa y se encogió de hombros, como si fuera el autor de una broma que solo él entendía a la perfección. - ¡Pues claro que fui yo! Siempre he querido hacer algo único y atrevido, y mordisquear la luna suena exactamente así.

Mariana no pudo evitar reírse ante la actitud despreocupada de Javier. Aunque a veces sus ideas eran un tanto extravagantes, eran esas mismas ocurrencias las que habían forjado una amistad tan sólida entre ellos a lo largo de los años.

-Bueno, supongo que si alguien puede mordisquear la luna, definitivamente eres tú. - respondió Mariana, lanzando una mirada de complicidad a su amigo.

Javier fingió una expresión ofendida y puso una mano sobre su corazón. - ¡Vaya, gracias por la confianza absoluta en mis habilidades lunares!

Ambos estallaron en carcajadas, el sonido resonando en la noche tranquila. Mientras se reían, Mariana se recostó en el suelo, apoyando sus manos detrás de la cabeza para contemplar el cielo estrellado. Javier se unió a ella, y juntos pasaron un momento tranquilo disfrutando de la serenidad del momento.

Después de un rato, Mariana rompió el silencio. - En serio, ¿alguna vez te has preguntado qué se sentiría mordisquear la luna? Supongo que sería como... ¿Cómo morder una galleta gigante en el cielo?

Javier rio y asintió, mirando fijamente hacia arriba. - Quién sabe, tal vez la luna es el postre de los dioses y solo aparece en el cielo para tentarnos.

Mariana levantó una ceja y le sonrió. - Oh, sí, claro. Y las estrellas son chispitas de azúcar que se desprenden de ella.

Javier se rio aún más y, juguetonamente, cogió un puñado de hierba y lo lanzó hacia arriba como si fuera confeti celeste. - ¡Exactamente! Y cuando llueve, es solo que los dioses la están bañando con chocolate.

Ambos rieron con ganas, disfrutando de su absurdo intercambio de ideas. La noche se volvía más fresca y la tranquilidad reinante era un bálsamo para sus almas agitadas. Aunque mordisquear la luna era una fantasía imposible, Mariana y Javier sabían que las cosas más preciosas de la vida a menudo eran las que compartían en momentos como aquel.


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